Biden: bienvenido a la realidad
JUAN IGNACIO BRITO Profesor Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. de los Andes
- T+
- T-
Juan ignacio Brito
“Estados Unidos está de vuelta”, repitió el presidente Joe Biden durante su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Sus palabras fueron escuchadas con cortesía, aunque también con la expectativa de que se materialicen en un proyecto que todavía aparece difuso. Durante la campaña, el entonces candidato señaló que su país “debe volver a liderar”. Su propuesta es romper con el legado de su antecesor a través del robustecimiento del trabajo con sus socios tradicionales: los países democráticos.
Para conseguirlo, Biden y su secretario de Estado, Antony Blinken, deben mirar el presente y el futuro, no hacia atrás. Como ha dicho con acierto Mike Pompeo, el exsecretario de Estado, “el pueblo americano no está dispuesto a volver a otros cuatro años de la política exterior de Barack Obama”. Biden debe buscar su propio espacio en una realidad difícil. Ha ofrecido algunos atisbos interesantes con su voluntad de acercamiento a Irán, su distanciamiento de Arabia Saudita y su todavía incipiente aproximación crítica a China.
Debe tomar en cuenta que el mundo ya no es el que fue. Tampoco lo es EEUU. La política exterior norteamericana necesita considerar la realidad y las tendencias actuales, por muy fuerte que sea la nostalgia por la época cuando Washington comandaba sin contrapesos y el orden liberal era la norma global.
Las distintas potencias –incluso las que Washington identifica como aliadas—no parecen dispuestas a postergar sus intereses a la espera de que la Casa Blanca defina un curso de acción claro y coherente. Aunque la atención periodística se enfoca hoy en marcar las diferencias entre Biden y Trump, nadie debe confundirse: el verdadero desafío para la nueva administración es encontrar un rol en el complejo mundo que despunta. La respuesta de las grandes potencias al retorno prometido por Biden tendrá más que ver con la naciente multipolaridad que con lo que hizo o deshizo Trump en los últimos años.
La transición hacia la multipolaridad afecta la manera en que se comportan las grandes potencias y hace más inestable e impredecibles sus conductas. La retórica es cooperativa, pero la práctica es a menudo egoísta, como parece quedar en evidencia con la distribución de las vacunas a nivel mundial, donde unos pocos concentran la inmensa mayoría de las dosis.
En la Conferencia de Múnich, algunos de los aliados de Washington dejaron en claro que las cosas han cambiado. El presidente Emmanuel Macron manifestó que Francia desea operar con mayor “autonomía estratégica” respecto de Estados Unidos, mientras que la canciller Angela Merkel recalcó que los intereses alemanes y norteamericanos “no siempre convergen”. Si esa es la actitud de los amigos, solo cabe suponer cuál será la de rivales geopolíticos como China y Rusia.
Biden se ha dado cuenta de que el test decisivo para su liderazgo internacional vendrá dado por la forma en que maneje la relación con China. Aquí es muy probable que su política sea de continuidad, no de quiebre, con la de su predecesor: la rivalidad con Beijing seguramente se incrementará y la administración demócrata deberá diseñar una estrategia para enfrentar a China.
Más allá de la buena disposición que despierta por el solo hecho de no ser Trump, Biden enfrenta un mundo revuelto y en transición. El éxito de su estrategia dependerá de si es suficientemente realista para reconocer las condiciones que enfrenta o si se aferra a un discurso restaurador que suena bien en algunos sectores, pero que tiene poco que ver con las rugosidades concretas del terreno que debe pisar.